Cuando los emprendedores estudian la fórmula de la franquicia y leen teoría sobre este sistema de colaboración comercial, al final la mayoría no puede sacarse de la cabeza que el convertirse en franquiciado no vaya a diferenciarse mucho de ser un asalariado. Sin embargo, no es así. Existen diferencias que es preciso aclarar.
Se trata de un craso error que conviene aclarar cuanto antes, pues ni el franquiciado es un empleado para el franquiciador, ni puede funcionar como si lo fuera. De hecho, una de las grandes ventajas de esta fórmula frente a otros sistemas de comercio asociado es precisamente que la relación se establece entre empresarios independientes que buscan el beneficio mutuo. Así pues ni el franquiciado puede renunciar a la iniciativa que le confiere la propiedad del negocio, siempre, claro está, en cuestiones que mejoren los resultados del mismo y no entre en conflicto con la esencia del saber hacer recibido de la central, ni el franquiciador inteligente debe minusvalorar la motivación que muestren los miembros de su red a la hora de optimizar el rendimiento de sus respectivas unidades operativas. Por supuesto, siempre dentro de los cauces establecidos en el contrato de franquicia.